En el Tarot, el Diablo está personificado bajo el aterrador semblante del Baphomet templario: pezuñas y cabeza de cabra, caderas peludas y alas de murciélago. Lo soportan dos personajes que como él, son semihumanos que son características de las pasiones que apresan al mortal y lo trasladan a un goce meramente animal. Es el arcano de la relación, de las cadenas que dominan y que hay que fragmentar con un hecho de valor.
El parentesco tan maligno del arcano, más benigno si está del revés que del derecho, procede de la mentalidad sexofóbica de los tiempos en que se concibió; de hecho, la carta se refiere con todos esos componentes que actualmente se viven con una cierta independencia, como la sexualidad, la aspiración del mando y la avaricia.